El Viernes amanece vestido de purpura. Lo que hace tan solo
unas horas era estruendo de trompetas, se ha convertido en un triste lamento,
en ruido de tambores y timbales. El morado da pronto paso al luto negro y
blanco, cuando Cristo, clavado en la cruz, exhala su último aliento.
Mi mañana transcurre entre idas y venidas por las principales
calles de nuestra querida Úbeda para acompañar a las cofradías en su recorrido
penitencial. Pasado el mediodía, me encuentro en la Corredera para compartir en
familia la comida del viernes de vigilia, con las tradicionales albóndigas de
bacalao de mi abuela. El pasillo, decorado de raso y terciopelo negro, anuncia
la cercanía de la esperada noche.
Llegada la tarde, la tranquilidad de la sobremesa queda
interrumpida por el sonido de las bandas de cabecera, que evocan a días ya
pasados. Los toques se entremezclan en una marea multicolor que baja el Real hacia
Santa María para comenzar la Magna Procesión General. En el otro extremo del
casco antiguo, una virgen dolorosa recorre las estrechas calles de Úbeda al
encuentro con su Hijo.
La Plaza Vázquez de Molina es un hervidero de espectadores y
cofrades que se afanan por organizar sus procesiones. Sin embargo, dentro de
los muros de nuestra Basílica de Santa María el ambiente es distinto. Unas
imponentes antorchas alumbran el claustro, iluminando el rostro del Cristo
Yacente y más allá el de una madre cansada que ya no tiene más lagrimas por
derramar. Es un momento de recogimiento y hermandad, de agradecimiento y
oración.
Se abren las puertas, suena silencio. Al paso del yacente,
los ubetenses se levantan y santiguan en señal de respeto. Entrada ya la noche
comienzan las despedidas, culminando con el encuentro entre la Virgen de la
Soledad y su Hijo Yacente. Mientras una baja hacia su santuario al grito de “¡ya
es nuestra!”, el Otro atraviesa la Calle Montiel para desembocar en la Plaza
Primero de Mayo en silencio y penumbra. Un silencio roto por el retumbar del
ronco timbal. Una penumbra iluminada por la llama de las antorchas y bañada por
la luz de la luna que, solo ahora, en este momento de reflexión, adviertes que
está llena.
✍️ Antonio Villar Fernández
📷 Baldo Padilla
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