A este Cristo se le debe rezar de rodillas. Así lo dejó dicho para siempre Francisco Palma Burgos cuando de su gubia prodigiosa nació la imagen del Cristo de la Noche Oscura, el imponente crucificado de Salesianos que cada año, desde 1966, va pidiendo silencio por las calles de Úbeda, mientras sus hermanos y los fieles devotos, van rezando las catorce estaciones que conforman ese camino, de oración y esperanza, que es el Vía Crucis.
Y es que la Cofradía de la Noche Oscura, ungida por la mística carmelitana que inspiró su fundación, es la procesión total de Úbeda. Es el rezo, hecho amor infinito, de la Pasión y Muerte del Señor, en la noche serena y profunda, de cada Martes Santo.
Y digo que es la procesión total porque todos los rincones de nuestra patrimonial ciudad, gracias a su espíritu fundacional, pueden ser testigos, año tras año, del suave paso de la descoyuntada imagen de Cristo muerto en la Cruz. De ese paso silencioso, sólo roto por el tintineo de la campanilla que abre el severo guión de penitentes, los secos golpes del báculo del capataz y el rachear de los pies de sus hermanos portadores.
Y ante ese Cristo que se cruza con nuestra mirada compasiva, con su cuerpo vencido sobre la soledad del madero, los cofrades de Úbeda desgranamos nuestras oraciones y plegarias. Dios se hace hombre por nosotros, asumiendo la forma más despreciable de morir, reservada para los romanos para los peores malhechores, clavado en una cruz. El Cristo de la Noche Oscura nos enseña que el dolor de la Cruz y del martirio del Hijo de Dios, prologan la promesa que nos señala el camino de la salvación.
Por eso cuando termine esa “lenta agonía” del Vía Crucis, y sus cofrades concluyan su peregrinar urbano junto al Señor crucificado, la noche más penitencial de Úbeda, dulcemente abrazada a la madrugada del Miércoles Santo, habrá vuelto a escribir un nuevo capítulo de la teología de la Cruz sobre nuestros corazones, que ya presagian esperanzados el milagro de la Pascua.
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